Sangre, veo sangre, por todas partes.
En el mueble del televisor,
en las sábanas del sofá,
en la alfombra que descansa a sus pies.
Veo a una mujer aún viva,
con la piel blanca como la nieve,
los labios ensangrentados,
el cuello manchado de rojo
y su cabello como un remolino.
No había nadie más,
solo estaba ella.
El piso parecía haber sido forzado,
todo revuelto y destrozado.
Pero en el pecho de la mujer
había una marca,
un par de colmillos.
Ha sido el beso del vampiro.
¡Qué demonio hambriento de sangre!